11 dic 2013

Objeto a

Cuando Freud escribe que el sujeto hace el duelo por el objeto perdido, no dice. F: "por la persona amada y perdida", sino: "por el objeto perdido". ¿Por qué? ¿Quién era la persona amada que se perdió? ¿Qué significa para nosotros ese otro que se ama o que se ha amado, ya sea que esté presente o que haya desaparecido? ¿Qué lugar ocupa para nosotros la "persona" amada? ¿Pero se trata verdaderamente de una persona?... Alguien podría decir: "Es una imagen. La persona amada es la propia imagen amada por uno". Es correcto, pero no basta. Otra respuesta sería: "La persona amada no es una imagen, la persona amada es un cuerpo que prolonga el propio cuerpo". Es otra vez correcto, pero sigue siendo insuficiente. Finalmente, una tercera respuesta nos describiría a la persona amada como el representante de una historia, de un conjunto de experiencias pasadas. Para ser más exactos, esa persona llevaría la marca común, vehiculizaría el rasgo común de todos los seres amados a lo largo de una vida. A este respecto, se puede hacer referencia al texto de Freud Psicología de las masas y análisis del yo en el que distingue tres tipos de identificación, entre ellas la que designa como identificación del sujeto a un rasgo del objeto, es decir, a un rasgo de todos los seres que hemos amado. En este artículo, Freud nos proporciona una importante observación para comprender cómo se forma una pareja hombre/mujer: se ama a aquel que porta el rasgo del objeto amado precedentemente, y esto es así a tal punto que se podría afirmar que en una vida todos los seres que hemos amado se asemejan por un rasgo. Efectivamente, cuando se conoce a alguien nuevo, muchas veces sorprende comprobar que porta la marca de otra persona que se amó anteriormente. La idea genial de Freud consistió en revelar que esta marca, que persiste y se repite en el primero, en el segundo y en todos los otros sucesivos partenaires de una historia, es un rasgo y que este rasgo no es cosa alguna sino nosotros mismos. El sujeto es el rasgo en común de los objetos amados y perdidos a lo largo de una vida. Esto es, precisamente, lo que Lacan denominará rasgo unario.
Entonces, si retomamos las tres respuestas posibles a la pregunta "¿Quién es el otro?", diremos: el otro amado es la imagen que amo de mí mismo. El otro amado es un cuerpo que prolonga el mío. El otro amado es un rasgo repetitivo con el cual me identifico. Pero en ninguna de estas tres respuestas -la primera, imaginaria (el otro como imagen), la segunda, fantasmática (el otro como cuerpo), y la tercera, simbólica (el otro como rasgo que condensa una historia)- se revela la esencia del otro amado. Finalmente, no sabemos quién es el otro elegido. Ahora  bien, justamente, es aquí donde aparece el objeto a en el lugar de una no respuesta. De todos modos, veremos que de los tres enfoques para definir al otro -imaginario, fantasmático y simbólico- el que remite más directamente al concepto lacaniano de objeto a es el segundo: el otro elegido es esa parte fantasmática y gozante  de mi cuerpo que se prolonga y se me escapa.

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